En las puertas del mismo local, pero con cinco años de diferencia, el relieve de dos postales.
Antes, en la calurosa noche del 20 de diciembre, el local de articulos del hogar estaba amurallado, y en la esquina ardían cubiertas y se escuchaban los estruendos de las cacerolas.
Anoche, en las puertas de ese mismo local, luminoso, ahora, adornado para la navidad, dos camiones descargaban electrodomésticos que, sin dudas, satisfacen, llenan, realizan, a los gritos estruendosos de la cada vez más lejana noche calurosa.
21.12.06
12.12.06
La mujer habitada
Creía que esa chica había muerto en un accidente. Según decían, un 60 la había atropellado cerca de Constitución, mientras iba en bicicleta.
Esto fue hace un año. Era estudiante de Bellas Artes. Me la describieron. Pensé en ella. Me angustié. No lo podía creer.
Pero hoy, es la segunda vez que la veo en el subte, leyendo La mujer habitada (un libro que ella me había recomendado con cierto entusiasmo); hoy es la segunda vez que la veo con una vincha azul y un vestido floreado; sosteniéndolo, al libro que me había recomendado con cierto entusiasmo, con unas manos, apenas, manchadas con óleo rojo.
Las dos veces, bajó en Carlos Gardel.
Esto fue hace un año. Era estudiante de Bellas Artes. Me la describieron. Pensé en ella. Me angustié. No lo podía creer.
Pero hoy, es la segunda vez que la veo en el subte, leyendo La mujer habitada (un libro que ella me había recomendado con cierto entusiasmo); hoy es la segunda vez que la veo con una vincha azul y un vestido floreado; sosteniéndolo, al libro que me había recomendado con cierto entusiasmo, con unas manos, apenas, manchadas con óleo rojo.
Las dos veces, bajó en Carlos Gardel.
1.12.06
Exclusión
La muestra Exclusión, de Guido Chouela se puede visitar en el CCC.
Una de las fotografías presenta a un bife con la forma del mapa argentino, delante del bife hay un código de barras, y junto al bife, estos datos: “Población 36.000.000/// Producción anual de alimentos para 262.000.000/// Habitantes con insuficiencia alimentaria 14.500.000”.
Una de las fotografías presenta a un bife con la forma del mapa argentino, delante del bife hay un código de barras, y junto al bife, estos datos: “Población 36.000.000/// Producción anual de alimentos para 262.000.000/// Habitantes con insuficiencia alimentaria 14.500.000”.
28.11.06
Orquesta Típica
Ha pasado el suficiente tiempo como para que los que nacimos, más o menos, hace treinta años, y no crecimos con el murmullo del tango, de fondo, (re) descubramos a las orquestas típicas de los años 40 y 50. Ha pasado el suficiente tiempo como para que no tengamos que renegar de esa música. Y al zambullirnos, entonces, en Podestá, Di Sarli, Darienzo, Miguel Caló, nos encontraremos con la auténtica dimensión musical de estas orquestas, que tenían un anclaje profundamente popular y, además, un valor artístico notable.
21.11.06
Los entretenidos
La televisión, el fútbol, y ciertas prácticas políticas, ligadas con el clientelismo, son las bases que sostienen a la sociedad del entretenimiento, que produce, claro, sujetos entretenidos.
Un sujeto entretenido puede convivir y soportar o acostumbrarse, a circular en una sociedad con altos índices de pobreza, de desempleo, y desigualdad social.
Pero, el sujeto entretenido, se indigna, por ejemplo, si un fin de semana se suspende el fútbol. No puede permitir algo semejante. Tambien participa compulsivamente de las votaciones virtuales y de los debates del reality show televisivo del momento. Y forma parte, además, de cualquiera de las esferas de la estructura política clientelar.
La sociedad del entretenimiento se vuelve, entonces, al producir sujetos entretenidos, una forma de legitimar un modelo social y político profundamente desigual e injusto.
Un sujeto entretenido puede convivir y soportar o acostumbrarse, a circular en una sociedad con altos índices de pobreza, de desempleo, y desigualdad social.
Pero, el sujeto entretenido, se indigna, por ejemplo, si un fin de semana se suspende el fútbol. No puede permitir algo semejante. Tambien participa compulsivamente de las votaciones virtuales y de los debates del reality show televisivo del momento. Y forma parte, además, de cualquiera de las esferas de la estructura política clientelar.
La sociedad del entretenimiento se vuelve, entonces, al producir sujetos entretenidos, una forma de legitimar un modelo social y político profundamente desigual e injusto.
14.11.06
Puerto Apache
La vida se organiza a veces, sin que uno se dé cuenta, por un camino diferente del que llevaba.
Si pasa eso no se puede estar en Babia. Hay que seguirle el tren de vida a la vida. No es lo mismo que una mujer. Pero es casi lo mismo. La vida de vez en cuando tiene un tren de vida caro. A veces no alcanza la plata ni para los peajes. Pero es así. Son leyes. Puntos a los que se llega. Encrucijadas, diría Ángela, la prima de mi vieja, una mina triste, una buena mina, una mujer sin futuro. No todos los días se conoce a alguien sin futuro. Hay gente para la que ni siquiera la muerte es un futuro. Esto lo aprendí hace poco. Uno cree por ejemplo que un croto no tiene futuro. Cuidado. Por ahí tiene más futuro que vos. No tener futuro es otra cosa. Hay ricos que no tienen futuro. La guita no es el remedio para eso. Lo único que hace, la guita, es disimular el problema. Un punto con guita puede hacerte creer que tiene futuro. A veces parece que el futuro se puede comprar, como una cara nueva, una 4x4, o un viaje a las antípodas.
-¿Dónde quedan las antípodas? – me pregunta Cúper.
Puerto Apache.
Juan Martini.
8.11.06
La luna y las fogatas
Maurice Blanchot en Faux – paus, dice: “una novela lograda existe no como suma de ideas o de tesis, sino a la manera de una cosa sensible, y de una cosa en movimiento que se trata de percibir en su desarrollo temporal, a cuyo ritmo hay que adaptarse y que deja en el recuerdo no un conjunto de ideas, sino más bien el emblema y el monograma de esas ideas”. La luna y las fogatas de Pavese, sin dudas, es un ejemplo de este tipo de novela. Pavese hace invisible al lenguaje, y abre, a partir de esta invisibilidad, la percepción del mundo vivido: allí respira la experiencia del mundo vivido. El olor de las fogatas, por ejemplo, en alguna noche piamontesa, a orillas de un manso Belbo. Y las luces de Canelli, resplandecientes, como inalcanzables, bajo una luna cercada de oscuridad.
1.11.06
I Encuentro de Narradores y Poetas
La revista literaria Fledermaus organiza el I Encuentro de Narradores y Poetas en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires.
El programa completo se puede conocer aquí:
I Encuentro de Narradores y Poetas Organiza: Revi...
El programa completo se puede conocer aquí:
I Encuentro de Narradores y Poetas Organiza: Revi...
24.10.06
16.10.06
Confundido
Por Hernán Ronsino.
Llegué confundido a la obra de Di Benedetto.
A mí también me sucedió lo que Isidoro Blaisten cuenta en Las cosas que nunca nadie me explicó: en mi caso, siempre confundí a Antonio Di Benedetto con Antonio Dal Masetto. Pero eso sucedió hasta que, efectivamente, leí a Di Benedetto, y entonces, como pasa en todo encuentro con un gran creador, su estilo y su nombre se me volvieron inconfundibles e imborrables.
Uno de los primeros textos que leí de Di Benedetto, fue Enroscado incluido en el libro Cuentos Claros.
El universo de este cuento, de un padre y un hijo cargando con la figura de una mujer/madre ausente (En la casa que ha quedado vacía de madre, empieza diciendo el relato): está atravesado por el espíritu de la desolación y el desamparo: ese aire espeso es el que flota en las distintas piezas de las pensiones que recorren padre e hijo.
Por otro lado, el modelo familiar que predomina en Los suicidas y El silenciero, el de un narrador viviendo con su madre, y la figura de un padre ausente, en este cuento se alteran siendo la ausencia de la madre la que abre el terreno del desamparo y la pena.
Estoy hablando del cuento Enroscado. Incluido en Cuentos claros. Estamos hablando de Antonio Di Benedetto. Hoy podemos hablar de su obra. Participar de un homenaje a veinte años de su muerte, y a cincuenta años de la publicación de Zama.
Pero al consolidarse este procedimiento de homenajes, de alguna manera, se puede correr el riesgo de desactivar el espíritu crítico de su escritura, canonizándola; llegando a convertirse – hablar hoy de Di Benedetto – en un mero gesto formal.
Por lo tanto, teniendo en cuenta, justamente, el reconocido lugar que por fin ocupa en la literatura argentina, creo que es necesario mantener en un plano histórico el devenir de su escritura. Y, entonces, hablar hoy de Di Benedetto es también posicionarlo (como modelo de creación, como artista) frente a ciertas estéticas predominantes, porque, como dice Saer, las narraciones de Di Benedetto provienen de una profunda necesidad personal, indiferentes a la expectativa pública y a lo establecido. Y, sabemos, que lo establecido, casi siempre, no hace otra cosa que corporizar un ruido perecedero.
En definitiva, lo importante es que hoy, aquí, en la Biblioteca Nacional, podemos hablar de la obra de Antonio Di Benedetto como le gustaría al Silenciero, por encima de cualquier ruido dominante.
Texto leído en el Homenaje a Antonio Di Benedetto - Biblioteca Nacional - 10 de octubre de 2006
Llegué confundido a la obra de Di Benedetto.
A mí también me sucedió lo que Isidoro Blaisten cuenta en Las cosas que nunca nadie me explicó: en mi caso, siempre confundí a Antonio Di Benedetto con Antonio Dal Masetto. Pero eso sucedió hasta que, efectivamente, leí a Di Benedetto, y entonces, como pasa en todo encuentro con un gran creador, su estilo y su nombre se me volvieron inconfundibles e imborrables.
Uno de los primeros textos que leí de Di Benedetto, fue Enroscado incluido en el libro Cuentos Claros.
El universo de este cuento, de un padre y un hijo cargando con la figura de una mujer/madre ausente (En la casa que ha quedado vacía de madre, empieza diciendo el relato): está atravesado por el espíritu de la desolación y el desamparo: ese aire espeso es el que flota en las distintas piezas de las pensiones que recorren padre e hijo.
Por otro lado, el modelo familiar que predomina en Los suicidas y El silenciero, el de un narrador viviendo con su madre, y la figura de un padre ausente, en este cuento se alteran siendo la ausencia de la madre la que abre el terreno del desamparo y la pena.
Estoy hablando del cuento Enroscado. Incluido en Cuentos claros. Estamos hablando de Antonio Di Benedetto. Hoy podemos hablar de su obra. Participar de un homenaje a veinte años de su muerte, y a cincuenta años de la publicación de Zama.
Pero al consolidarse este procedimiento de homenajes, de alguna manera, se puede correr el riesgo de desactivar el espíritu crítico de su escritura, canonizándola; llegando a convertirse – hablar hoy de Di Benedetto – en un mero gesto formal.
Por lo tanto, teniendo en cuenta, justamente, el reconocido lugar que por fin ocupa en la literatura argentina, creo que es necesario mantener en un plano histórico el devenir de su escritura. Y, entonces, hablar hoy de Di Benedetto es también posicionarlo (como modelo de creación, como artista) frente a ciertas estéticas predominantes, porque, como dice Saer, las narraciones de Di Benedetto provienen de una profunda necesidad personal, indiferentes a la expectativa pública y a lo establecido. Y, sabemos, que lo establecido, casi siempre, no hace otra cosa que corporizar un ruido perecedero.
En definitiva, lo importante es que hoy, aquí, en la Biblioteca Nacional, podemos hablar de la obra de Antonio Di Benedetto como le gustaría al Silenciero, por encima de cualquier ruido dominante.
Texto leído en el Homenaje a Antonio Di Benedetto - Biblioteca Nacional - 10 de octubre de 2006
12.9.06
El Astillero (14)
Número 14 11/9/2006.Entrevista a Marcelo Cohen .El fantástico en vigilia .El país de la dama eléctrica .Sobre Marcelo Cohen .No (decimo cuarta entrega) .¿Qué leen los escritores? Leer Newsletter
4.8.06
Al mar
Parece un Capitán. Tranquilo, mirando el mar. Parece, es lo primero que me nace, un Capitán en el borde de un muelle, por ejemplo, sentado entre cuerdas que amarran y liberan; un Capitán que ha laburado, que se ha ganado, por decirlo así, el pan; y ahora, sereno, espera el vaso de vino, la noche, el refugio, los cuentos inventados por algún fulano; espera el suave frío trepándole por la cara, después, cuando el mar, el viento del mar, otra vez, se le hunda en el cuerpo.
Estos tipos, Cacho, por ejemplo, a mí, me han enseñado a escribir. Me han dicho, sin decir, lo que es la literatura. No hay Facultad que pueda enseñarme, lo que Cacho, o los tipos como Cacho, ese silencio doloroso aguantado en un rincón del Desarmadero de Porra; ese silencio de domingo al mediodía; la bicicleta junto al poste de luz; el broche en la botamanga; la piel, inexorablemente, hundiéndose, entre los pómulos; esa soledad larga, de fin del mundo: hasta que un día, de cualquier manera, no importa la forma, alguien deja caer, entre el fárrago de voces y de imágenes fugaces: “¿Cacho?, Cacho hace rato que murió.” Y entonces empieza otra historia, ésta, la que cuento, o la que narra la foto, prolongándose más allá del cuerpo de Cacho. Y entonces Cacho no limpia terrenos, ni se emborracha con un vino rancio; Cacho, ahora, es Capitán, y contempla el mar, tranquilo. Cacho se deja crecer, despacio, al ritmo de las barcazas que entran y salen del muelle, en el fondo de los ojos, como una luz, una zona mítica, lustrosa, que tiene el empecinamiento de la mugre debajo de las uñas. Cacho y el mar, por ejemplo. Cacho y un viaje largo, definitivo, ahí, entre las fisuras del horizonte.
20.7.06
6.7.06
Libros digitales
LIBROS DIGITALESUna lágrima sobre el mouse
En Internet, el e-book concita cada vez más la atención de lectores y escritores, atraídos por la facilidad de publicación y los bajos costos. El futuro de la edición en papel, un tema en debate.
En Internet, el e-book concita cada vez más la atención de lectores y escritores, atraídos por la facilidad de publicación y los bajos costos. El futuro de la edición en papel, un tema en debate.
25.6.06
El Astillero Número 13
Número 13 20/5/2006.María del Carmen Colombo .Sobre La muda encarnación .Textos de María del Carmen Colombo. Sobre María del Carmen Colombo. No (decimo tercera entrega) .¿Qué leen los escritores?Leer Newsletter
14.6.06
¿Debo escribir?
Indague cuál es la causa que lo mueve a escribir; examine si ella expande sus raíces en lo más profundo de su corazón. Confiésese a usted mismo si moriría, en el supuesto caso de que le fuera vedado escribir. Ante todo, pregúntese en la más silente hora de la noche: "¿Debo escribir?" Hurgue dentro de sí en procura de una profunda respuesta y, si esta resulta afirmativa, si puede afrontar tan serio interrogante con un fuerte y simple "debo", entonces construya su vida según esta necesidad Su vida, hasta en los más vacíos e insignificantes momentos debe convertirse en señal y testimonio de este impulso.
Rilke.
Rilke.
24.5.06
La construcción del héroe
Cada vez que llega el Mundial, dicen que se despierta un espíritu nacionalista, que solo resiste en el fútbol.
El fútbol, hoy en día, es un gigante negocio, que alimenta a una maquinaria capitalista fenomenal.
El espíritu nacional que aflora, cada cuatro años, con un mundial, no es sino un discurso alentado por los capitales nacionales y extranjeros que apelan a cierto nacionalismo, desflecado, internalizado en la escuela (infantil) que nos emociona y nos conmueve, para hacer su negocio. El fútbol es el espacio donde resiste ese sentimiento infantil, esa especie de nostalgia: lo que brota, entonces, no es un verdadero espíritu de nación, es un sentimiento de nostalgia, por algo que ya no existe (y el Mundial lo que hace, en un mes, es recrear la ilusión de lo perdido: algo así como la Invención de Morel). De esta manera, los capitales extranjeros explotan esa nostalgia construyendo un discurso nacionalista en Argentina, pero también en Togo o en Brasil: siendo la utilización de ciertos símbolos el negocio más claro y contundente. CTI, por ejemplo, nos dice que “nos une la pasión”. O Pepsi, toma a la figura de Messi para su publicidad, o Rexona nos dice que sólo el jugador debe transpirar, poniendo a Riquelme o a Ronhaldino en un lugar de explotación: el héroe nos debe divertir.
Precisamente, todo discurso que apela a la nacionalidad necesita de un héroe o de un símbolo (por ejemplo: la voz de Maradona narrando un comercial de cerveza Quilmes, comprada por capitales brasileños): en este mundial, el discurso que fabrican los capitales extranjeros, a través de la publicidad, en Argentina, gira alrededor de la figura de Messi, como héroe. Sin dudas es un jugador diferente, pero se lo ha elevado a la condición de “sucesor de Maradona” o de “elegido” antes de que estalle como verdadera figura, por ejemplo, en un Mundial. Por esto, la maquinaria capitalista construye al héroe como un producto (así aparece Messi vendiendo electrodomésticos, papas fritas o gaseosas), y lo instala como héroe antes del combate, antes de la pelea. Vendría a ser un héroe virtual, vacío, sin marcas de guerra. Un héroe, de 17 años, sin experiencia. Virgen. Una especie de Ulises sin Troya. Pero, como producto, sin dudas, un verdadero negocio.
El fútbol, hoy en día, es un gigante negocio, que alimenta a una maquinaria capitalista fenomenal.
El espíritu nacional que aflora, cada cuatro años, con un mundial, no es sino un discurso alentado por los capitales nacionales y extranjeros que apelan a cierto nacionalismo, desflecado, internalizado en la escuela (infantil) que nos emociona y nos conmueve, para hacer su negocio. El fútbol es el espacio donde resiste ese sentimiento infantil, esa especie de nostalgia: lo que brota, entonces, no es un verdadero espíritu de nación, es un sentimiento de nostalgia, por algo que ya no existe (y el Mundial lo que hace, en un mes, es recrear la ilusión de lo perdido: algo así como la Invención de Morel). De esta manera, los capitales extranjeros explotan esa nostalgia construyendo un discurso nacionalista en Argentina, pero también en Togo o en Brasil: siendo la utilización de ciertos símbolos el negocio más claro y contundente. CTI, por ejemplo, nos dice que “nos une la pasión”. O Pepsi, toma a la figura de Messi para su publicidad, o Rexona nos dice que sólo el jugador debe transpirar, poniendo a Riquelme o a Ronhaldino en un lugar de explotación: el héroe nos debe divertir.
Precisamente, todo discurso que apela a la nacionalidad necesita de un héroe o de un símbolo (por ejemplo: la voz de Maradona narrando un comercial de cerveza Quilmes, comprada por capitales brasileños): en este mundial, el discurso que fabrican los capitales extranjeros, a través de la publicidad, en Argentina, gira alrededor de la figura de Messi, como héroe. Sin dudas es un jugador diferente, pero se lo ha elevado a la condición de “sucesor de Maradona” o de “elegido” antes de que estalle como verdadera figura, por ejemplo, en un Mundial. Por esto, la maquinaria capitalista construye al héroe como un producto (así aparece Messi vendiendo electrodomésticos, papas fritas o gaseosas), y lo instala como héroe antes del combate, antes de la pelea. Vendría a ser un héroe virtual, vacío, sin marcas de guerra. Un héroe, de 17 años, sin experiencia. Virgen. Una especie de Ulises sin Troya. Pero, como producto, sin dudas, un verdadero negocio.
8.5.06
El Astillero Libros (número 12)
Número 12 25/4/2006.Verdades Flotantes .El canon de Leipzig .Nombres (cuento) .Sobre Luis Sagasti .No (decima segunda entrega) .¿Qué leen los escritores?Leer Newsletter
30.4.06
La fe de Onetti
"Desde muchos años atrás yo había sabido que era necesario meter en la misma bolsa a los católicos, los freudianos, los marxistas y los patriotas. Quiero decir: a cualquiera que tuviese fe, no importa en qué cosa; a cualquiera que opine, sepa o actúe repitiendo pensamientos aprendidos o heredados. Un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. La fe los obliga a la acción, a la injusticia, al mal; es bueno escucharlos asintiendo, medir en silencio cauteloso y cortés la intensidad de sus lepras y darles siempre la razón. Y la fe puede ser puesta y atizada en lo más desdeñable y subjetivo. En la turnante mujer amada, en un perro, en un equipo de fútbol, en un número de ruleta, en la vocación de toda una vida".
En "Dejemos hablar al viento".
Onetti.
24.4.06
Animal
El nuevo libro de cuentos de Griselda Gambaro, Los animales salvajes (Norma), comienza con una cita de Clarice Lispector: "No haber nacido animal es una de mis secretas nostalgias", dice.
12.4.06
Encuentro en K
Un incidente cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana.
Almada y Olguín deciden encontrarse a las once de la mañana en el bar K.
Almada viaja desde Temperley hasta Constitución, toma el subte C y sabe que antes de llegar a Retiro deberá bajarse en alguna de las estaciones intermedias y combinar con la línea B, para poder estar – después de descender en la estación Florida y de caminar una cuadra, hasta Lavalle – en K., a las once, donde, calcula, lo estará esperando Olguín, que siempre llega antes.
Olguín viene de Olivos. Toma el tren hasta Retiro. Y después, igual que Almada pero en el otro extremo, entra al subte C, y sabe muy bien – porque ese viaje lo hace todos los días – en qué estación deberá combinar para poder tomar la línea B y bajar, así, en la estación Florida, caminar una cuadra, hasta Lavalle, entrar en K., repasar con la mirada el rostro de los parroquianos, elegir una mesa y esperar (mientras, seguro, leerá un libro) porque Olguín siempre llega antes.
Pero sucede que Almada, que viene de Temperley, y que en Constitución tomó la línea C, al entrar en el subterráneo se desorienta por completo (Almada tiene la impresión de estar circulando por una ciudad extraña), por eso antes de llegar a la combinación consulta con un hombre de cara cansada, que le dice: "baje en tal estación, suba una escalera, camine así, doble en tal lugar, baje esta escalera, y llegará, por fin, a la línea B". Almada mientras desciende en la estación referida, recuerda la sonrisa del hombre que lo orientó, recuerda los dientes desparejos y montados, una sonrisa sucia, piensa.
Al mismo tiempo, Olguín, que viene de Olivos, y que tomó el subte C en Retiro, baja en la misma estación referida, en el andén de enfrente, y se mueve con la seguridad que le da la repetición de las cosas.
De este modo, Almada y Olguín se cruzan en uno de los tantos pasillos de la combinación. Almada cree verlo a Olguín (si lo tuviera que describir, diría que lo ve pasar apurado, mirando el piso), pero el paso acelerado de la muchedumbre, sumado a su inseguridad y al hecho de quedarse pensando en Olguín, lo arrastran, irremediablemente, a la línea D. Recién pasando la estación Palermo, Almada comienza a sentir en el cuerpo la confirmación de estar completamente perdido.
Mientras tanto, Olguín, después de bajar en Florida y de caminar hasta Lavalle, entra en K., recorre con la mirada el rostro de los parroquianos y elige una mesa pegada al ventanal. El reloj de la columna marca las once menos cinco. Entonces Olguín, como suponía, tiene que esperar, porque siempre llega antes. Abre un libro de Kafka y se pone a leer un relato llamado Una confusión cotidiana. Después de un tiempo de espera y al ver que Almada no aparece, Olguín, sin dudarlo (igual que el señor B, piensa), también decide, furioso, marcharse para siempre.
Hernán Ronsino.
6.4.06
29.3.06
Miedo (para chicos)
Hay personas que le tienen miedo a la oscuridad. Otras a la altura. O a las arañas. Incluso hay personas que le tienen miedo a las pelusas. Juanjo le tenía miedo a las bicicletas.
La primera bicicleta que le regalaron tenía rueditas. Se la trajo un tío que vivía en el campo. El tío Braulio, que usaba pantalones anchos y fumaba pipa. Cada vez que Juanjo le daba un beso al tío Braulio, le quedaba en la nariz un olor profundo, el olor del tabaco.
Juanjo andaba tranquilo en esa bicicleta. Las rueditas le daban seguridad. Pero a medida que crecía, se iba haciendo cada vez más pesado y las rueditas se arqueaban. Entonces andaba de costado: un rato sostenido por una rueda ( la otra rueda iba en el aire), y después otro rato sostenido por la rueda que había estado en el aire, quedando la primera girando sola.
Cuando cumplió siete años, el tío Braulio lo llevó al campo y le quiso enseñar a andar en una bicicleta de grandes. Juanjo no quería saber nada. Pero el tío Braulio, que tenía una voz dura y terminante, le dijo que ya era un grandulón para andar con rueditas.
Fueron hasta un galpón que tenía fardos de pasto hasta el techo. Ahí estaban las bicicletas. Y había también una camioneta 0 km que el tío Braulio se acababa de comprar. Una Chevrolet, 4 x4, roja. Que brillaba como una estrella. El tío Braulio le mostró la camioneta, feliz. Juanjo se subió. Respiró, adentro, el olorcito a nuevo. Y cuando bajó, se peinaba mirándose en el reflejo de la puerta como si fuera un espejo.
Antes de hacerlo subir a la bicicleta, el tío Braulio le dio dos o tres consejos. Por ejemplo: que mirara siempre para adelante, que no vaya tenso, que se relajara. Juanjo estaba muerto de miedo, le transpiraban las manos. La bicicleta le parecía tan grande, tan inmensa, que al subir pensaba que estaba subiendo arriba de un camello. Ya estaba listo: sentado en el asiento, con los pies en los pedales y los brazos aferrados al manubrio. El tío Braulio lo tenía agarrado del asiento. Le dijo: listo, preparado, ya. Lo soltó. Juanjo trató de pedalear. La bicicleta, con Juanjo arriba, comenzó a flamear como una bandera. Hasta que cayó contra uno de los costados de la camioneta nueva. Y con la punta del freno, le hizo una raya larga, irregular, a la pintura roja, brillante.
Una vez vio cómo el pie de un chico de su barrio se metía entre los rayos de la rueda trasera de la bicicleta del padre. El padre lo llevaba a la escuela. El chico iba sentado en el portaequipaje, con la mochila puesta y las piernas colgadas. Juanjo, siempre cuenta, que los rayos parecían como que le hubieran chuparon el pie, al chico. La bicicleta se frenó. Juanjo, que iba a comprar el pan, escuchó el grito desgarrador del chico. Se impresionó tanto, que salió corriendo y se escondió debajo de la cama. Esa noche empezó con los sueños.
Soñaba con bicicletas antiguas, como las que tienen la rueda delantera gigante y la de atrás parecida a la de un triciclo. Juanjo, atrapado en la rueda gigante, corriendo como un ratoncito de laboratorio. Corría con todas sus fuerzas, desesperado, pero sin que se le presentara ninguna luz, o un cartel que le dijera: “Aquí llegada”. Por eso, al otro día, se despertaba siempre agitado, molesto.
A los doce años, Juanjo era el único chico de su barrio que no sabía andar en bicicleta. Se sentía mal. Ya no se animaba a salir a la vereda con la bicicleta que le había regalado el tío Braulio, porque lo cargaban. Sus amigos andaban con bicicletas todo terreno, o de carrera, y él tenía la bicicleta con rueditas que a veces usaba en el patio de la casa, donde nadie lo veía. Y cuando tomaba la decisión de aprender a andar, volvía a tener ese sueño cada vez más feo, cada vez más parecido a una pesadilla.
A los trece consiguió un trabajo en el kiosco de don Raúl, un gallego malhumorado, que necesitaba un canillita. Tenía que repartir diarios en el barrio. El primer día había una tormenta muy fuerte. Juanjo tenía que presentarse a las siete de la mañana en el kiosco. Cuando llegó, parecía un pollito mojado. Don Raúl lo miró, le dio una capucha amarilla, una lista con las direcciones de los clientes y le dijo: “ ahí está la bicicleta, pibe”. Parecía un tractor, en lugar de una bicicleta. Era una bicicleta de reparto, con un canasto adelante. Como las que usan los heladeros, pensó Juanjo y sintió pánico. “Vamos, muevasé”, empezó a gritar Don Raúl. Juanjo se puso la capucha amarilla, se guardó la lista con las direcciones y montó la bicicleta. La sintió pesadísima. El canasto, lleno de diarios y revistas, estaba cubierto con un nailon. “Primero dejelé el diario al doctor Crespi”, gritó Don Raúl, desde el kiosco. Un trueno, retumbó en el aire. Y después, la lluvia empezó a caer con más fuerza. “Vamos, apuresé”, insistió Don Raúl. Juanjo se aferró al manubrio. Entrecerró los ojos para hacer fuerza. Y salió. El ruido que hizo al caer sobre el asfalto, fue parecido al de un trueno. Los diarios desparramados se mojaron todos. Juanjo, cuando lo vio venir a Don Raúl gritando como un loco, salió corriendo y se escondió en la farmacia de la esquina.
Lucía era la hija de la farmacéutica. Lucía vio la caída. Vio, también, cómo Don Raúl lo empezó a correr como un loco. Juanjo estaba empapado y temblaba como una hoja. De frío y de miedo y de bronca. Lucía lo hizo pasar al laboratorio. Lucía tenía doce, y era blanca como la luna. Lo hizo sentar y le envolvió la cabeza con una toalla y le secó el pelo. Antes de quitarle la toalla, Lucía le dio un beso en la cabeza. Los pelos de Juanjo quedaron revueltos como un mar. Lucía le dijo que parecía un barquito de papel todo mojado. Y se puso a reír con pocitos en los cachetes. Juanjo sintió que la alegría jugaba al subibaja en su panza.
Entonces al otro día fueron a tomar un helado. Ella pidió uno de crema del cielo. Vamos a decir la verdad, pero antes de que Lucía dijera crema del cielo Juanjo pensó: “ella va a pedir crema del cielo”. Entonces cuando lo dijo, cuando le dijo al heladero, “déme uno todo de crema del cielo”, Juanjo sonrió, los ojos se le encendieron. Después caminaron por el parque, se subieron a un árbol muy viejo. Y en ese árbol, arriba, ella lo invitó para que al otro día, en la costanera, dieran un paseo en bicicleta. Juanjo, al escuchar la invitación, se resbaló del árbol viejo y casi se cayó. Pero le dijo que sí. Que a las tres de la tarde se juntaban en la costanera.
Esa noche volvió a tener la pesadilla. Esta vez Juanjo corría adentro de la rueda gigante y un ratón lo perseguía detrás. Era espantoso. Juanjo corría desesperado.
Cuando despertó estaba todo transpirado y nervioso. Después de comer le pidió la bicicleta al padre. Y se fue a la costanera, llevándola de tiro. Al llegar la vio a Lucía, blanca como la luna, comiendo pochoclos y atrás el río, marrón, inmenso como un mar.
- Hola, dijo Juanjo.
- Hola, contestó Lucía. ¿Querés?
Y comieron pochoclos con gusto a frutilla, sentados en los pilares de la costanera. El viento del río los despeinaba. Ella le dio un pochoclo en la boca. Juanjo la miró a los ojos, verdes como una hoja de lechuga, y se animó a darle un beso. Un beso con gusto a pochoclo de frutilla.
- Démos una vuelta en bici, dijo ella, con los cachetes colorados.
Entonces Juanjo no pensó. Se subió a la bicicleta del padre, tan pesada como la del tío Braulio, o como la de Don Raúl, y se lanzó pedaleando por la vereda de la costanera, a la par de Lucía, tan blanca como la luna, recortada por el río que parecía un mar. Pedaleo, como sin darse cuenta. Pensando en el beso. Las piernas sueltas. El cuerpo, equilibrado. Pedaleo, como sin darse cuenta, casi una cuadra. Hasta que se le cruzó un perro. Y Juanjo quedó desparramado en el suelo, como un huevo frito. Pero feliz.
Por Hernán Ronsino.
27.3.06
23.3.06
El futuro es lo que pasó
Por Hernán Ronsino
Hace un mes, un joven de veinte años, estudiante del CBC, mientras preparaba su final de Sociedad y Estado, me hizo una consulta, me preguntó: "Decime una cosa: ¿Isabelita es la misma que Evita?"
Entonces traté de pensar en un joven de 20 años, en los setenta, capaz de dar la vida por Evita o, en todo caso, enunciando su compromiso, o si no, teniendo muy en claro qué significaba cada una de esas mujeres.
"El futuro es lo que pasó, es lo que ignoramos, somos esa ignorancia", dice uno de los personajes de la novela, aún inédita, La tierra toda, de Mauro Peverelli. Cuando se habla que la dictadura fundó las bases de una estructura social, económica y política, injusta, desarticulada, se está hablando también, como es claro, de la construcción de un sujeto. Treinta años, es suficiente tiempo como para modelar una generación.
Esta generación, la del estudiante del CBC que me hizo la pregunta, nacida, por ejemplo, diez años después del golpe (ya instaurado el sistema democrático, incluso terminado el juicio a las Juntas, sin ninguna vivencia autobiográfica ligada al orden militar, y escolarizado en la década del noventa), esta generación, decía, viene a encarnar, a ser otra muestra, contundente, de lo que se fundó en 1976: esta es, en definitiva, la generación de Cromañón.
Hay, por lo tanto, en el cuerpo de esta subjetividad la portación de un doble estigma: por un lado, las huellas simbólicas y estructurales del Estado Militar-Liberal, y, por otro, la vivencia (el cuerpo puesto ahí, en el presente) de la otra tragedia. La generación Cromañón entraña un cuerpo doblemente mutilado.
Si es así, ese cuerpo es un vestigio, el portador de huellas. Reconocerlas, depende del grado de conciencia histórica que tenga de sí mismo el sujeto social que las encarna. Y es a partir de esa conciencia, que es posible la edificación de una memoria fundante que cimiente, también, la construcción de un futuro solidario y justo.
Entonces, ¿qué clase de esperanza puede entretejer, lenta, gradual, como generación, hoy en día, ese cuerpo doblemente mutilado?
"El futuro es lo que pasó, es lo que ignoramos, somos esa ignorancia", nos repite, una vez más, incansable, como un eco, la novela de Peverelli.
Hace un mes, un joven de veinte años, estudiante del CBC, mientras preparaba su final de Sociedad y Estado, me hizo una consulta, me preguntó: "Decime una cosa: ¿Isabelita es la misma que Evita?"
Entonces traté de pensar en un joven de 20 años, en los setenta, capaz de dar la vida por Evita o, en todo caso, enunciando su compromiso, o si no, teniendo muy en claro qué significaba cada una de esas mujeres.
"El futuro es lo que pasó, es lo que ignoramos, somos esa ignorancia", dice uno de los personajes de la novela, aún inédita, La tierra toda, de Mauro Peverelli. Cuando se habla que la dictadura fundó las bases de una estructura social, económica y política, injusta, desarticulada, se está hablando también, como es claro, de la construcción de un sujeto. Treinta años, es suficiente tiempo como para modelar una generación.
Esta generación, la del estudiante del CBC que me hizo la pregunta, nacida, por ejemplo, diez años después del golpe (ya instaurado el sistema democrático, incluso terminado el juicio a las Juntas, sin ninguna vivencia autobiográfica ligada al orden militar, y escolarizado en la década del noventa), esta generación, decía, viene a encarnar, a ser otra muestra, contundente, de lo que se fundó en 1976: esta es, en definitiva, la generación de Cromañón.
Hay, por lo tanto, en el cuerpo de esta subjetividad la portación de un doble estigma: por un lado, las huellas simbólicas y estructurales del Estado Militar-Liberal, y, por otro, la vivencia (el cuerpo puesto ahí, en el presente) de la otra tragedia. La generación Cromañón entraña un cuerpo doblemente mutilado.
Si es así, ese cuerpo es un vestigio, el portador de huellas. Reconocerlas, depende del grado de conciencia histórica que tenga de sí mismo el sujeto social que las encarna. Y es a partir de esa conciencia, que es posible la edificación de una memoria fundante que cimiente, también, la construcción de un futuro solidario y justo.
Entonces, ¿qué clase de esperanza puede entretejer, lenta, gradual, como generación, hoy en día, ese cuerpo doblemente mutilado?
"El futuro es lo que pasó, es lo que ignoramos, somos esa ignorancia", nos repite, una vez más, incansable, como un eco, la novela de Peverelli.
22.3.06
En el país de la libertad
9.3.06
4.3.06
Pajarito
1.3.06
La casa y los arrabales
Artículo: La casa y los arrabales de la Nación Argentina...Por un lado, una de las marcas que voy a encontrar en esa zona desierta, que a mí me gusta llamar y escribir arrabal, es El Matadero de Esteban Echeverría. Y del otro lado de la Casa nueva, cuando la casa se escriba con minúscula... Texto: Hernán Ronsino.Sigue...
28.2.06
Simmel y el Bebop
En foco: Simmel y el BebopPongamos un bar, imaginemos un bar, en un pequeño local de Harlem llamado, por ejemplo, Minton's Playhouse. Imaginemos que el tiempo, allí en ese bar de Harlem, es distinto al tiempo que puede estar imperando afuera, en la ciudad... Texto: Hernán RonsinoSigue...
En Revista Enfocarte Número 11. Año 2001.
16.2.06
Cortázar en Chivilcoy
Buenos Aires, diciembre de 1939.
Chivilcoy es un desierto – con 60.000 habitantes; funny he? – donde se vive, y se habla, y se camina; y se rabia dentro de la más absoluta inconsciencia; involuntaria por parte de casi todos los moradores del pueblo, y voluntariamente decidida por mí. Yo tengo un miedo que no sé si usted ha sentido alguna vez: el miedo a convertirse en pueblero. ¿No ha advertido - ¡cómo no!- la espantosa mediocridad espiritual que caracteriza al habitante “standard” de cualquier ciudad chica? A veces me sorprendo a mí mismo en pequeños gestos, en mínimas actitudes que delatan una influencia de ese medio; y me aterro. Siento que me rodea el vacío, que cualquier cosa es preferible a caer en ese pozo vegetativo que es un Chivilcoy, un Bolívar… Aún aquellos que leen, que tienen inquietudes, que comprenden algo, no pueden huir del clima emponzoñado del ambiente. ¡Y esto es la Argentina! (No, no; la Argentina es Buenos Aires, y luego el paisaje; una gran ciudad, y muchos maravillosos paisajes repartidos en los cuatro vientos; nada más…)
Los atardecer de Chivilcoy me han sorprendido más de una vez compitiendo con Hoagy Carmichael.
Julio Denis
Chivilcoy, 22 de mayo de 1943.
Chivilcoy, inmutable, enfrenta las estrellas y las estaciones con invariable firmeza, cuidando de no mover un solo músculo de su severo rostro, ni desordenar en lo más mínimo los pliegues de su vestido. Así, de una manera un tanto homérica, permanece el apacible pueblo con sus numerosos ganados circunvecinos, sus preclaras gentes que comercian y dan vueltas a la plaza (debí decir “ágora”, perdón), y el majestuoso despoblado de sus calles, que la sombra de venerables plátanos flanquea y ornamenta. Yérguense en sus márgenes las estructuras imponentes del Colegio Nacional y de la Escuela Normal, en la cual última (como diría Cervantes) pasea este amigo la majestad de su toga profesoral y el aburrimiento de varios cursos de historia y geografía, ciencias malignas y retóricas.
Julio Denis
Mendoza, 29 de julio de 1944.
Mis últimas semanas en Chivilcoy (hasta el 4 de julio, también para mí día de la independencia) fueron harto penosas. Los grupos nacionalistas locales me lanzaron una bruloteada salvaje, y cierta vez que volvía yo inocentemente como de costumbre a hacerme cargo de mis cursos, amigos fieles me avisaron que se me acusaba (“voz populi”) de los siguientes graves delitos: a) escaso fervor gubernista; b) comunismo; c) ateísmo. ¿Fundamentos? De a): que mis clases alusivas a la revolución (tuve que dictar tres) habían sido altamente frías, llenas de reticencias y reservas; de b) quien incurre en a) entonces es b); de c): en ocasión de la visita del obispo de Mercedes a la Escuela Normal, yo había sido el único profesor – sobre 25 más o menos – que no besé el anillo del Monseñor (¡prueba irrefutable!). Juntando ahora los términos a), b), c) John Dillinger resultaba un ángel al lado mío.
Julio Cortázar.
Fragmentos de Cartas de Julio Cortázar, en Cartas desconocidas de Julio Cortázar, Mignon Domínguez. Sudamericana, Buenos Aires, 1992.
Chivilcoy es un desierto – con 60.000 habitantes; funny he? – donde se vive, y se habla, y se camina; y se rabia dentro de la más absoluta inconsciencia; involuntaria por parte de casi todos los moradores del pueblo, y voluntariamente decidida por mí. Yo tengo un miedo que no sé si usted ha sentido alguna vez: el miedo a convertirse en pueblero. ¿No ha advertido - ¡cómo no!- la espantosa mediocridad espiritual que caracteriza al habitante “standard” de cualquier ciudad chica? A veces me sorprendo a mí mismo en pequeños gestos, en mínimas actitudes que delatan una influencia de ese medio; y me aterro. Siento que me rodea el vacío, que cualquier cosa es preferible a caer en ese pozo vegetativo que es un Chivilcoy, un Bolívar… Aún aquellos que leen, que tienen inquietudes, que comprenden algo, no pueden huir del clima emponzoñado del ambiente. ¡Y esto es la Argentina! (No, no; la Argentina es Buenos Aires, y luego el paisaje; una gran ciudad, y muchos maravillosos paisajes repartidos en los cuatro vientos; nada más…)
Los atardecer de Chivilcoy me han sorprendido más de una vez compitiendo con Hoagy Carmichael.
Julio Denis
Chivilcoy, 22 de mayo de 1943.
Chivilcoy, inmutable, enfrenta las estrellas y las estaciones con invariable firmeza, cuidando de no mover un solo músculo de su severo rostro, ni desordenar en lo más mínimo los pliegues de su vestido. Así, de una manera un tanto homérica, permanece el apacible pueblo con sus numerosos ganados circunvecinos, sus preclaras gentes que comercian y dan vueltas a la plaza (debí decir “ágora”, perdón), y el majestuoso despoblado de sus calles, que la sombra de venerables plátanos flanquea y ornamenta. Yérguense en sus márgenes las estructuras imponentes del Colegio Nacional y de la Escuela Normal, en la cual última (como diría Cervantes) pasea este amigo la majestad de su toga profesoral y el aburrimiento de varios cursos de historia y geografía, ciencias malignas y retóricas.
Julio Denis
Mendoza, 29 de julio de 1944.
Mis últimas semanas en Chivilcoy (hasta el 4 de julio, también para mí día de la independencia) fueron harto penosas. Los grupos nacionalistas locales me lanzaron una bruloteada salvaje, y cierta vez que volvía yo inocentemente como de costumbre a hacerme cargo de mis cursos, amigos fieles me avisaron que se me acusaba (“voz populi”) de los siguientes graves delitos: a) escaso fervor gubernista; b) comunismo; c) ateísmo. ¿Fundamentos? De a): que mis clases alusivas a la revolución (tuve que dictar tres) habían sido altamente frías, llenas de reticencias y reservas; de b) quien incurre en a) entonces es b); de c): en ocasión de la visita del obispo de Mercedes a la Escuela Normal, yo había sido el único profesor – sobre 25 más o menos – que no besé el anillo del Monseñor (¡prueba irrefutable!). Juntando ahora los términos a), b), c) John Dillinger resultaba un ángel al lado mío.
Julio Cortázar.
Fragmentos de Cartas de Julio Cortázar, en Cartas desconocidas de Julio Cortázar, Mignon Domínguez. Sudamericana, Buenos Aires, 1992.
20.1.06
Chandler
Carta a Bernice Baumgarten,
14 de mayo de 1952.
Le estoy enviando hoy, probablemente por expreso aéreo, un borrador de una novela que he titulado El largo adiós. Tiene noventa y dos mil palabras. Me agradaría recibir sus comentarios y objeciones y todo lo demás. Yo no la he leído siquiera, salvo para hacer unas pocas correcciones y controlar algunos detalles por los que me preguntó mi secretaria. Así que no le envío ninguna opinión sobre el opus. Quizás usted lo encuentre lento.
Chandler.
En "El simple arte de escribir", Emece, 2002.
18.1.06
Cuchilla
Sueño con trenes, le dice Laurenzano a Gómez. Sueño con trenes que descarrilan.
Y Gómez lo mira, mientras afila la cuchilla. Gómez lo mira como se mira a un muerto.
Y Gómez lo mira, mientras afila la cuchilla. Gómez lo mira como se mira a un muerto.
17.1.06
Lombrices
Gómez me dijo: Haga el pozo, usted.
Hundí la pala de punta en la gramilla.
La tierra seca, se desgranaba.
Trabajé hasta que Gómez dijo: Suficiente.
Mientras metíamos el cuerpo de Laurenzano, un olor a tierra húmeda, profunda, me capturó. Era ese olor que se siente cuando uno busca lombrices a la madrugada, para pescar.
Después enterré el cuerpo de Laurenzano. Le tiraba paladas de tierra encima. Enterraba un cuerpo, pero desterraba un recuerdo: el olor húmedo de las lombrices.
Lindo día para ir a pescar, dije mientras volvíamos en la camioneta.
Sí, dijo Gómez.
Hundí la pala de punta en la gramilla.
La tierra seca, se desgranaba.
Trabajé hasta que Gómez dijo: Suficiente.
Mientras metíamos el cuerpo de Laurenzano, un olor a tierra húmeda, profunda, me capturó. Era ese olor que se siente cuando uno busca lombrices a la madrugada, para pescar.
Después enterré el cuerpo de Laurenzano. Le tiraba paladas de tierra encima. Enterraba un cuerpo, pero desterraba un recuerdo: el olor húmedo de las lombrices.
Lindo día para ir a pescar, dije mientras volvíamos en la camioneta.
Sí, dijo Gómez.
13.1.06
El ritmo
Se aplasta. Se aplana. Se modula, primero en la voz. Hay una voz. ¿Hay una voz? Se muerde, en la garganta. Se coagula, como un grito macerado. Se almacena. Y brota - inesperado - en los dedos. Como la humedad. Pero de flores. Inesperado alivio. Hay un ritmo que no puedo parar. Crece desde la punta de los dedos. Sucede. Inesperado. Se aplana en el papel. Se derrama, para desmoldarse, levemente, erguidamente. Aunque inesperado. Renueva al sol. ¿Hay una voz? Hay un ritmo, que no puedo parar. En las manos. Sucede. Como la respiración de un pájaro.
Moquehuá, viernes 13. 11:43 A.M
Moquehuá, viernes 13. 11:43 A.M
La victoria
El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles.
William Faulkner. El sonido y la furia.
William Faulkner. El sonido y la furia.
12.1.06
Dicen que el camino se torciona justo antes de curvase, como si fuera ese leve momento, ese exaltar de la cadera, la caricia sobre el lomo inclinado del gato; una mano sobresaliendo del agua, y las burbujas, como planetas desalineados, irrumpiendo, uno tras otro, rodeando a la mano, haciendola sentir un sol seco. Incluso, ahí, antes de padecer la insolación, los gatos saben secarse a la sombra.
Me desnudo en la entrada del horno. Hay un cuadro torcido, y hay olor a lavandina, que llega en ráfagas. Escribo, pienso, antes de entrar desnudo, como si no me diera cuenta que escribo, asi desnudo, en las puertas del horno. Y atrás la noche, me digo como sin darme cuenta, alumbra un campo, tenue, seco, desalmado, con una bruma sobrevolando las chimeneas de los hornos, como si fuera, la bruma, la instancia precisa de la belleza; ese instante, similar, al de los caminos, cuando, dicen, se torcionan justo antes de curvarse.
Entro.
Chivilcoy, 12 de enero de 2006. 11:04 pm.
Me desnudo en la entrada del horno. Hay un cuadro torcido, y hay olor a lavandina, que llega en ráfagas. Escribo, pienso, antes de entrar desnudo, como si no me diera cuenta que escribo, asi desnudo, en las puertas del horno. Y atrás la noche, me digo como sin darme cuenta, alumbra un campo, tenue, seco, desalmado, con una bruma sobrevolando las chimeneas de los hornos, como si fuera, la bruma, la instancia precisa de la belleza; ese instante, similar, al de los caminos, cuando, dicen, se torcionan justo antes de curvarse.
Entro.
Chivilcoy, 12 de enero de 2006. 11:04 pm.
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