25.7.08

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Evaristo Cultural: Pertenecés a una generación de escritores a la que en reiteradas oportunidades se ha catalogado como frívola o no comprometida. Este fenómeno que se ha dado tanto aquí en Argentina como en otros países de América Latina no es exclusivo de esta región geográfica, Haruki Murakami o Banana Yoshimoto han sido acusados de lo mismo en Japón, a la vez que en EE.UU. y Europa no sólo se ha manifestado esto en tus congéneres sino que escritores hace tiempo consagrados se han reblandecido. ¿A qué lo atribuís? ¿Te hicieron alguna vez un reproche semejante? ¿Lo sentirías como un agravio? ¿Cuál es, a tu criterio, el compromiso social del escritor? ¿Existe tal compromiso? ¿O se trata simplemente del mismo compromiso que nos compete a todos en tanto seres humanos?
Juan Villoro: No sé si por fortuna o por desagracia nadie ha puesto el acento en mi posible frivolidad. Me molestaría caer en pecado de superficialidad tanto como me molestaría caer en pecado de solemnidad. La ligereza y el sentido del humor son virtudes que en contextos de pompa y circunstancia se vuelven sospechosos de ser frívolos. En todo caso, no veo el problema como un asunto específico de mi generación. No creo que Rodrigo Rey Rosa en Guatemala, Javier Marías en España, Horacio Castellanos Moya en El Salvador, Héctor Abad Faciolince en Colombia o Fabio Morábito en México califiquen como frívolos. Murakami es muy irregular; en su vertiente de "El pájaro que da la cuerda al mundo", "The Elephant vanishes" y "Hardboiled Wonderland" me parece estupendo; "Norwegian Wood", "South of the Border, North of the Sun" y "Spuntik Baby" me parecen cursis, facilonas y frívolas. Una división semejante se puede hacer con Paul Auster. En cambio, Philip Roth, Alice Munro, Ricardo Piglia, Peter Handke, Claudio Magris o J. M. Coetzee siguen adelante sin pasar por la frivolidad. No son consagrados reblandecidos. No creo que haya épocas o generaciones frívolas. La literatura es individual y cada quien lidia con ese tema como puede. En Argentina puedo mencionar a jóvenes con notable fibra narrativa: Oliverio Coelho, Patricio Pron, Hernán Ronsino. La frivolidad siempre flotará sobre la literatura y sobre autores fashion como Jay McInerney, pero nunca encontrará ahí su residencia permanente, para eso tiene a Hollywood y la televisión.
Entrevista a Juan Villoro en Evaristo Cultural: http://www.evaristocultural.com.ar/villoro.htm

21.7.08

Frontera

De noche las fronteras no se ven, dijo Schultz, en un rincón del salón del Munich de la Norte, frente a Krause y Calderón. Y después, inevitablemente, se hundió en la jarra de cerveza. Entonces Pajarito Lernú pensó en Walter Benjamin. Pajarito Lernú, que estaba solo, sentado junto al ventanal y contemplando los silos del molino y los colectivos quietos, de trompa, en las plataformas de la estación, escuchó lo que Schulz dijo, y pensó en Benjamin. Pensó en Benjamin: en el suicidio de Benjamin después de encontrarse con la frontera franco-española cerrada por los nazis, en esa madrugada del 26 de septiembre de 1940. Pajarito Lernú pensó en Walter Benjamin para refutar lo que había dicho Schultz. Eso de las fronteras. Pero prefirió seguir contemplando las figuras quietas en esa siesta de domingo: los silos llenos, los colectivos hundidos de trompa. Y también el silencio.

7.7.08

Un libro que se puede cantar



Un libro es lo desconocido, es la noche, dice Marguerite Duras, en Escribir. ¿Y qué es Escribir? Esa pregunta encierra dos respuestas. La doble respuesta uno la encuentra leyendo este hermoso ensayo autobiográfico compuesto por cinco textos de la escritora nacida en Indochina en 1904 y que falleció en 1996.
En el primero, Escribir, la autora repasa su experiencia con la escritura, repasa los libros que ha escrito, entre otros El amante (novela que luego se llevó al cine de la mano de Jean-Jacques Annaud) y El vicecónsul, por ejemplo. Desde su casa, nos cuenta la experiencia de vida, digamos así, el arriesgado viaje que supone la escritura: todo ese proceso incierto. Un escritor, dice, es algo extraño, es una contradicción, y también un sinsentido. Escribir, dice, es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos.
La muerte del joven aviador inglés es el segundo texto que compone el libro. El libro está dedicado, justamente, a la memoria de W. J. Cliffe, el aviador muerto en Vauville. El último día de la guerra, el niño, como lo llama Duras, ese chico aventurero quiso responder con su avión a los ataques nazis, y allí quedó, entre las ramas en el bosque de Vauville. Esa noche todo el pueblo marchó con antorchas para enterrarlo, debajo de una placa de granito negro. Duras resalta, obsesivamente, a lo largo del relato, esa escena: lo que hay debajo de la placa de granito negro. Era el último día de la guerra.
A pesar de esta obsesión de Duras por la muerte, este es un libro que se puede cantar. Hay música en el lenguaje. Está escrito con un fraseo corto. Los sonidos salen, guturales, entre los pliegues de las frases. Frases cortas. Que resplandecen en su pronunciación. Marguerite Duras nos abastece de sonidos: la boca queda saciada. Hay una respiración erótica en el desplazamiento de la palabra. La respiración del texto de Duras, se parece a un jadeo. Que una mujer escriba es, de por sí, algo atractivo, pero si esa mujer es Marguerite Duras, entonces, estamos hablando de un placer que pocas veces se encuentra en la literatura.

Huellas del pasado