3.1.12

2012

Hace una semana escribí mi primer poema.
Lo hice sin ser consciente. Como cuando dibujaba de chico. Me gustaba dibujar de chico: tomar los lápices y hacer trazos. El tiempo pasaba como si no fuera tiempo. Cuando terminaba de dibujar sentía que regresaba. Pero técnicamente me fui convenciendo de que era malo. Y eso me alejó del mero placer de dibujar. Y del tiempo maravilloso que uno percibe cuando crea. Al empezar a escribir me reencontré con ese mundo. Pero, ahora, las puertas de la poesía estaban cerradas. Siempre me pareció imposible escribir un poema. Hace una semana escribí uno. No sé si es bueno o es malo. Lo escribí. Entonces sentí que conquistaba una zona imposible. Ayer le dije a un amigo: “Escribir un poema es como dibujar”. Y le dije que ojalá cada uno pueda descubrir y explorar y ocupar esos lugares que siente imposibles y, en esos lugares, multiplicar la imaginación (que se confunde bastante – a veces son la misma cosa– con la felicidad). Eso dije. Eso deseo.

Dignidad, sexo, poesía, lo nuevo: un puñado de deseos para 2012

Huellas del pasado