Gómez me dijo: Haga el pozo, usted.
Hundí la pala de punta en la gramilla.
La tierra seca, se desgranaba.
Trabajé hasta que Gómez dijo: Suficiente.
Mientras metíamos el cuerpo de Laurenzano, un olor a tierra húmeda, profunda, me capturó. Era ese olor que se siente cuando uno busca lombrices a la madrugada, para pescar.
Después enterré el cuerpo de Laurenzano. Le tiraba paladas de tierra encima. Enterraba un cuerpo, pero desterraba un recuerdo: el olor húmedo de las lombrices.
Lindo día para ir a pescar, dije mientras volvíamos en la camioneta.
Sí, dijo Gómez.
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