Martínez Estrada sobresale, fundamentalmente, como autor de ensayos. Y su obra literaria aparece, en el recuerdo, en general en un segundo plano. Pero la obra literaria de Martínez Estrada no es una obra menor. Tiene relatos y nouvelles que son de una densidad notables (Marta Riquelme, “La inundación”, por ejemplo) y en las que, en alguna de ellas, la mirada política y filosófica que sostiene en sus ensayos encuentra en la ficción su encarnadura.
Por esto mismo, las fronteras de género siempre fueron difusas en su escritura. Radiografía de la pampa puede pensarse –pasado el marco de época, es decir, lo que sostiene al texto– como una novela fantástica. El espacio de la pampa, las ciudades imaginarias, ese halo que viene del campo – como un fantasma – para acechar a las incipientes urbes. Y, a su vez, Marta Riquelme, ese prólogo infinito a un libro perdido, puede ser pensado como un perfecto ensayo literario.
Si Radiografía de la pampa indaga en las contradicciones que fundan la realidad nacional, el otro gran libro, La cabeza de Goliat, estudia de un modo minucioso las mutaciones que va viviendo la ciudad de Buenos Aires en las décadas del treinta y comienzos del cuarenta. Hay en ese libro un capítulo, se llama “Regreso”, en donde Martínez Estrada registra la llegada de un tren a la ciudad. Un tren cargadísimo. “Es una masa informe” la que llega. Llegan después de un fin de semana al sol – imaginamos en el Tigre –, “son un montón de escombros humanos expelidos como bolos fecales de los coches”. Así caminan por los andenes para, después, perderse en la ciudad y quedar invisibles durante la semana.
Ese es el modo en que Martínez Estrada dibuja a los nuevos habitantes de la ciudad. Aún no ha surgido el peronismo y Martínez Estrada se pregunta –la misma pregunta se hará el Dr. Hardoy en “Las puertas del cielo” de Cortázar– “¿quiénes son?, ¿a qué ciudad pertenecen?” La invisibilidad de los que, unos años después, serán narrados en “Sábado de gloria”, ahora se desparraman “como miríadas de termitas” por la gran urbe. Esos extraños serán el humus para la escritura que roza, por momentos, lo fantástico.
Como en Simmel –Martínez Estrada es un gran lector de Simmel– surgirá en esos años en Buenos Aires una nueva idea de soledad. No es la soledad rural, la infinidad de la pampa acechando al sujeto; ahora se trata de la soledad fragmentaria –la noción simmeliana de urbanita– que recorre los cinematógrafos, los edificios gigantes, el ruido bestial. Hacia el final del artículo, la mano del escritor, e incluso del poeta –ese primer género que exploró Martínez Estrada, el amigo de Lugones– es la que se impone. Por eso mismo, el efecto de haber leído, no una crónica sino un cuento fantástico, o mejor un ensayo fantástico, regresa con fuerza.
No habría que hablar, entonces, de ensayo y de ficción en Martínez Estrada sino que todo funciona como un continum en donde el desplazamiento, a veces, es minucioso. El ensayo y la ficción como recursos emparentados. Pero, a pesar de eso, es, sin dudas, la materia de ficción presente en la escritura de Martínez Estrada la que termina, finalmente, imponiéndose. Porque esa materia de ficción permite que la escritura se libere no sólo de la estructura teórica – las ideas y sus métodos –, abriéndose así a nuevos sentidos, sino también al encuadre de su época.