Por Hernán Ronsino.
Cuenta
Onetti que cuando Faulkner murió los comerciantes de Oxford pusieron
en sus negocios un cartel que decía: “En memoria de William
Faulkner este negocio permanecerá cerrado desde las dos a las dos
quince”. No sé si será cierto lo que cuenta el uruguayo pero en el
caso de que sea cierto hay una forma de homenaje, ahí, en ese tiempo
suspendido, breve, donde no se hace dinero. Un tiempo que no es
dinero dedicado a recordar a un escritor. ¿Pero cuántos de esos
comerciantes lo habían leído? ¿Y cuánto, a su vez, había de mito
en ese duelo? ¿Cuánto del mito que sobrevuela, hoy, alrededor de
Faulkner? Esa imagen, por ejemplo, que los hermanos Coen muestran en
Barton Fink. Un hombre aturdido – no sólo por dinero – que
escribe, borracho, guiones para proyectos de películas que muchas
veces se frustran. Un genio desesperado. Ese hombre que recién podrá
superar sus problemas económicos cuando reciba el Nobel. ¿A quién
homenajeaban, entonces, los comerciantes de Oxford? ¿Al autor
consagrado, mítico o a Billy? Billy, el tipo que era como ellos. Que
parecía como ellos. (seguir leyendo Un artefacto que deja huellas)