Una maldición antigua abre Pánico al amanecer, la notable novela de Kenneth Cook. Esa maldición dice así: “Que sueñes con el diablo y sientas pánico al amanecer”. John Grant es docente en un paraje rural de Australia. Espera, con ansiedad, que termine el ciclo lectivo porque tiene planeado un viaje. Un viaje a Sydney donde se encontrará no sólo con el mar sino también con la mujer que ama. El viaje se inicia en tren y tendrá una escala en una pequeña ciudad minera. Allí Grant, como el gordo Barrios en Responso de Saer, se enfrentará a una noche infernal.
En ese pueblo, una serie de personajes triviales, pero cargados de una exagerada amabilidad, lo van llevando a Grant hacia su propia perdición. ¿Es el pueblo o es el propio Grant? El pueblo es una obsesión también para los habitantes. Eso cree Grant. El juego y la narración de una noche vertiginosa trazan un paralelo ineludible entre Pánico al amanecer yResponso. Grant está solo en un pueblo desconocido de Australia, sueña con el mar, sueña con pasar unas vacaciones inolvidables: va en busca de su paraíso. Barrios, en cambio, ha caído del paraíso. La separación, la pérdida del trabajo le ponen delante de los ojos, como un destino irremediable, la ruina. Pero tanto en Grant como en Barrios el juego – el riesgo que implica el juego, ese deseo por salvarse o por multiplicar lo que se tiene – avanzará como un mar desbocado. Las dos novelas, publicadas en 1961 y 1964, apelan al mismo declive.
La caída de Barrios es en su propia ciudad – en la cual no encaja y ha quedado afuera de todo: de la casita con jardín de su ex mujer, del sindicato – en cambio Grant está de paso en ese pueblo minero. De todos modos, el juego los devorará a ambos quitándoles la esperanza que el propio juego habilita como un espejismo: Barrios pierde la máquina de escribir; Grant pierde todo el dinero, el pasaje incluso a Sydney: “Sydney, esa palabra se le volverá una obsesión”.
La violencia, en principio, más que expresarla, la padecen tanto Barrios como Grant. Pero en Pánico al amanecer el personaje está expuesto a los embates de furia que rodean al pueblo y es por eso que el combo de inercia y fracaso le hagan disparar de sus propias manos lo que jamás imaginó que podía disparar. Hay una escena memorable. Se trata de una cacería de canguros. Después de una noche de ruina, viene la cacería. Un grupo de mineros que no para de hablar arrastra a la sombra de Grant hacia esa cacería. La persecución de canguros en la noche es feroz. De pronto, bajo el cielo estrellado, Grant, que hasta el momento vio todo con cierta distancia, sin saber muy bien cómo juzgar esa violencia, de pronto se convierte en uno de ellos: “¿Qué hacía allí, John Grant, profesor de escuela y hombre enamorado, despedazando a una pequeña bestia mullida?”. Es por todo esto y por el modo vertiginoso y simple de narrar la caída de un hombre que Nick Cave, por ejemplo, diga que Pánico al amanecer sea “la mejor y más aterradora historia que existe sobre Australia”.
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