Por
Hernán Ronsino.
En
julio se estrenó en Buenos Aires el segundo documental de Nicolás
Prividera, “Tierra de los padres”. Es una película filmada
íntegramente en el cementerio de la Recoleta. Y narra –a partir de
los muertos que, en su mayoría, están enterrados ahí – los
doscientos años de violencia que atraviesa a la historia argentina. Tomando los fragmentos de diversos textos, cuarenta personas leen al
pie de las tumbas esos contrapuntos. La historia (es decir, el
presente puro) es conflicto perpetuo. Se oyen las “voces”, así,
de Facundo Quiroga, Rosas, Sarmiento, Mansilla, Mitre, Eva Perón,
Aramburu, el poeta Joaquin Giannuzi, Massera, Rodolfo Walsh, entre
otros. Como sucede con una película que te impresiona – me sucedió
esta semana con “Tierra de los padres” – las imágenes
continúan apareciendo; mientras camino, tomo el subte o espero;
mientras cruzo la 9 de Julio de noche y veo, por ejemplo, ese nuevo
paisaje que se desnuda detrás o antes del Obelisco: la figura de
Eva. Los rostros de una mujer cuyo cuerpo se ha transformado en un
símbolo. Un cuerpo atravesado por la violencia. Duarte y esa hija no
reconocida. El camino, entonces, plebeyo. La decisión de escapar de
un pueblo que sólo le presenta un destino doméstico, es decir, de
explotación. La actriz plebeya que escapa de lo esperado y, por eso,
comienza a ser vista como una mujer ligera. Un terremoto. Perón. La
posibilidad de transformar la realidad. Como dice Juan Martini en la
trilogía sobre Eva, le llevó apenas siete años construir uno de
los mitos más potentes de la historia argentina. Entonces la
enfermedad. Los discursos encendidos – esos que dejan jirones de su
cuerpo, esos que hablan del sacrificio de la carne – la palabra
acorralada pero lúcida. Y la muerte. Ahí, entonces, siento que
comienza otra ficción sobre el cuerpo de Eva. El embalsamamiento es
el inicio de un relato que permite profundizar la tragedia en el
tiempo, más allá de la podredumbre de la carne. Se teje sobre ese
“otro” cuerpo la ficción revolucionaria y, como un reverso,
la ficción represiva. Uno de los últimos discursos de Eva dice: “Yo
sé que ustedes tomarán mi nombre y lo llevaran como bandera a la
victoria”. La palabra que pide por la multiplicación de la
militancia. Y mientras eso pasa, sucede también la represión: el
secuestro y desaparición de su cadáver. Como si ese secuestro y
desaparición fuera, en el reverso, el anticipo, ahora, de la
multiplicación no de la militancia sino de la muerte sistemática.
Hoy,
Cristina elije el linaje de Eva. Se reconoce en esa juventud
expulsada de la plaza, del paraíso soñado (lo dijo Néstor: “Y un
día volvimos”). Es Eva y no Perón la homenajeada (tampoco en
“Tierra de los padres” aparece Perón). Hace unos años, cuando
el cuerpo de Perón era trasladado a la quinta de San Vicente – ese
cuerpo atravesando la ciudad – desplegaba todavía, en 2006, los
espectros de la tragedia. El cuerpo de Perón desata la tragedia. El
de Eva está atravesado por ella. Eso parece decirnos la historia.
Uno
de los últimos homenajes de Cristina fue la presentación del
billete de cien pesos con el rostro de Eva. (Un taxista, primero, me
mostró su malestar sobre el gobierno que insiste en dividir al país.
Porque Evita, dijo, es una figura que sigue dividiendo al país. Por
qué no eligen a otro, a Favaloro, por ejemplo. Y, antes de bajarme,
banalizó la famosa frase: “Volveré y seré millones”. Ahí la
tenés, dijo, en el billete de cien pesos, hecha millones). Cristina,
entonces, recuperó la palabra de Eva, actualizándola. Cristina dijo
que “Eva volvió en millones de puestos de trabajo”. Los rostros
de Eva en el edificio del renunciamiento, el billete y la
recuperación de esa palabra sobre la multiplicación trazan una
herencia entre el pasado y Cristina. Un linaje político que la pone
a Cristina, por momentos, en una zona que desafía las estructuras
peronistas clásicas, las más conservadoras y regresivas. Pero por
momentos. Muchas veces elige o se refugia en la lógica del
“movimiento”.
Pensaba,
después de ver la película “Tierra de los padres”, donde se
reproduce un discurso intenso de Eva – habla de los fanáticos –
que su cuerpo está suspendido aún; es una ficción que ocupa el
presente y sigue multiplicando la palabra. Alguien me dijo hace poco:
“¿Qué significaría reconstruir, hoy en día, el panteón que se
deseaba construir hace sesenta años y exhibir el cuerpo suspendido
de Eva?” En ese cuerpo hay un secreto. Está en su fantasma y no en
la orquestación del “líder” el secreto para salir de la
encrucijada peronista. Pero: ¿Será así? ¿Se puede escindir de
este modo a Perón y a Eva? ¿Habrá que salir del peronismo? El
peronismo es esa duda, ese balbuceo que se agita como un péndulo.
Atraviesa los cuerpos. Nos trae el recuerdo de una carne sacrificada,
hecha jirones, que ardió por su pueblo.
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