18.8.12

Eva Perón



Por Hernán Ronsino.
 En julio se estrenó en Buenos Aires el segundo documental de Nicolás Prividera, “Tierra de los padres”. Es una película filmada íntegramente en el cementerio de la Recoleta. Y narra –a partir de los muertos que, en su mayoría, están enterrados ahí – los doscientos años de violencia que atraviesa a la historia argentina. Tomando los fragmentos de diversos textos, cuarenta personas leen al pie de las tumbas esos contrapuntos. La historia (es decir, el presente puro) es conflicto perpetuo. Se oyen las “voces”, así, de Facundo Quiroga, Rosas, Sarmiento, Mansilla, Mitre, Eva Perón, Aramburu, el poeta Joaquin Giannuzi, Massera, Rodolfo Walsh, entre otros. Como sucede con una película que te impresiona – me sucedió esta semana con “Tierra de los padres” – las imágenes continúan apareciendo; mientras camino, tomo el subte o espero; mientras cruzo la 9 de Julio de noche y veo, por ejemplo, ese nuevo paisaje que se desnuda detrás o antes del Obelisco: la figura de Eva. Los rostros de una mujer cuyo cuerpo se ha transformado en un símbolo. Un cuerpo atravesado por la violencia. Duarte y esa hija no reconocida. El camino, entonces, plebeyo. La decisión de escapar de un pueblo que sólo le presenta un destino doméstico, es decir, de explotación. La actriz plebeya que escapa de lo esperado y, por eso, comienza a ser vista como una mujer ligera. Un terremoto. Perón. La posibilidad de transformar la realidad. Como dice Juan Martini en la trilogía sobre Eva, le llevó apenas siete años construir uno de los mitos más potentes de la historia argentina. Entonces la enfermedad. Los discursos encendidos – esos que dejan jirones de su cuerpo, esos que hablan del sacrificio de la carne – la palabra acorralada pero lúcida. Y la muerte. Ahí, entonces, siento que comienza otra ficción sobre el cuerpo de Eva. El embalsamamiento es el inicio de un relato que permite profundizar la tragedia en el tiempo, más allá de la podredumbre de la carne. Se teje sobre ese “otro” cuerpo la ficción revolucionaria y, como un reverso, la ficción represiva. Uno de los últimos discursos de Eva dice: “Yo sé que ustedes tomarán mi nombre y lo llevaran como bandera a la victoria”. La palabra que pide por la multiplicación de la militancia. Y mientras eso pasa, sucede también la represión: el secuestro y desaparición de su cadáver. Como si ese secuestro y desaparición fuera, en el reverso, el anticipo, ahora, de la multiplicación no de la militancia sino de la muerte sistemática.
Hoy, Cristina elije el linaje de Eva. Se reconoce en esa juventud expulsada de la plaza, del paraíso soñado (lo dijo Néstor: “Y un día volvimos”). Es Eva y no Perón la homenajeada (tampoco en “Tierra de los padres” aparece Perón). Hace unos años, cuando el cuerpo de Perón era trasladado a la quinta de San Vicente – ese cuerpo atravesando la ciudad – desplegaba todavía, en 2006, los espectros de la tragedia. El cuerpo de Perón desata la tragedia. El de Eva está atravesado por ella. Eso parece decirnos la historia.
Uno de los últimos homenajes de Cristina fue la presentación del billete de cien pesos con el rostro de Eva. (Un taxista, primero, me mostró su malestar sobre el gobierno que insiste en dividir al país. Porque Evita, dijo, es una figura que sigue dividiendo al país. Por qué no eligen a otro, a Favaloro, por ejemplo. Y, antes de bajarme, banalizó la famosa frase: “Volveré y seré millones”. Ahí la tenés, dijo, en el billete de cien pesos, hecha millones). Cristina, entonces, recuperó la palabra de Eva, actualizándola. Cristina dijo que “Eva volvió en millones de puestos de trabajo”. Los rostros de Eva en el edificio del renunciamiento, el billete y la recuperación de esa palabra sobre la multiplicación trazan una herencia entre el pasado y Cristina. Un linaje político que la pone a Cristina, por momentos, en una zona que desafía las estructuras peronistas clásicas, las más conservadoras y regresivas. Pero por momentos. Muchas veces elige o se refugia en la lógica del “movimiento”.
Pensaba, después de ver la película “Tierra de los padres”, donde se reproduce un discurso intenso de Eva – habla de los fanáticos – que su cuerpo está suspendido aún; es una ficción que ocupa el presente y sigue multiplicando la palabra. Alguien me dijo hace poco: “¿Qué significaría reconstruir, hoy en día, el panteón que se deseaba construir hace sesenta años y exhibir el cuerpo suspendido de Eva?” En ese cuerpo hay un secreto. Está en su fantasma y no en la orquestación del “líder” el secreto para salir de la encrucijada peronista. Pero: ¿Será así? ¿Se puede escindir de este modo a Perón y a Eva? ¿Habrá que salir del peronismo? El peronismo es esa duda, ese balbuceo que se agita como un péndulo. Atraviesa los cuerpos. Nos trae el recuerdo de una carne sacrificada, hecha jirones, que ardió por su pueblo.   







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